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ojos de piedra,corazon que quema
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ojos de piedra,corazon que quema

VIP-Blog de los_ojos_de_piedra
  • 19 articles publiés dans cette catégorie
  • 55 commentaires postés
  • 1 visiteur aujourd'hui
  • Créé le : 28/06/2007 19:13
    Modifié : 30/11/2008 13:55

    Fille (16 ans)
    Origine : Valencia
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    [ Fantastique ] [ Favole&Sokolova ] [ Art ] [ expresion propia ] [ Livres ] [ Cinéma ] [ Musique ]

    Veranito 2007

    14/07/2007 11:50

    Veranito 2007


    ---Cerramos el Blog por vacaciones---

    Jesslana está en la France ac sa famille y yo estoy en Sagunto ac ma famille française!! XD asi que on va parler français pendant tt juillet... y si no, una admin vuelve a españa en agosto y otra se va a Berlin y luego estoy planeando pasar un agosto de juerga... un beso a Jessica si lee esto y un saludo a todos aquellos que han emigrado a Irlanda o a Cullera o a Valencia directamente ¬¬' Animo que llga la ola de Caló!



    Commentaire de gwengaelle (01/08/2007 01:14) :

    yo tambien te mando un besote





    ralladas

    30/06/2007 17:38

    ralladas


    Un dia que nos aburriamos, Carmen y yo escribimos esto:

    Si te afeitas en un barco, pelillos a la mar?

    Un cacahuete en una piscina, sigue siendo un fruto seco?

    Un parto en la calle...es alumbrado publico?

    Porque las tiendas 24h tienen cerraduras?

    XXXXXXXXXXDDDDDDDD






    vampir...

    29/06/2007 14:02

    vampir...


    bueno bueno, esta imagen es...chocante. la sueleo poner para escandalizar a al gente( y a la clase), xke a veces se necesita un tratamiento de choque para depsertarse y darse cuenta de lo ke hay.

    disfrutadlaXD



    Commentaire de gwengaelle (20/02/2008 20:04) :

    puse yo eso?que loca estaba xD





    La Chessy

    28/06/2007 23:39

    La Chessy


    Hallo!

    Esta es la principal admin de este blog, Jessica.C.(nooo no dire el nombre entero que se enfada XD). Está sentada en una fuente de los Jardines de Monforte, uno de mis jardines favoritos. Hemos ido esta mañana, (Jueves 28 de Junio 2007) y alli entre fotocomic rallada y etcétera (elementos cortando cespeeeed xD giramos o seguimos recto???) se nos ha ocurrido la brillante idea de crear un blog compartido con ralladas e imágenes de la Favole y de fantasia de esas que tenemos almacenadas... jeje asi que si alguien se pasa por aqui que sepa que esta es el cerebro operatorio de todo esto y que es una de las mejores amigas que he tenido en mi vida, aunq sólo la conozca de este año, lo cual me hace sentir verwenza porque sé de su existencia desde ace 2 y me da muchisima rabia pensar que antes no eramos amigas!!! Así q por una vez voi a agradecer a administración que me haya hecho cambiar de clase y me haya puesto con Jeslana este año, una chica con la que he pasado una 2nde maravillosa y que me ha hecho reír y reflexionar mucho y encima me enseña danza del vientre cuando se aburre XD podría escribir una parrafada sobre cómo pasó de ser Jessica la amiga de Catherine a ser mi Jessy o la Chessy o Jeslana... sin olvidar nunca a los demás, aunque tuvieran menor o mayor influencia en que nos conociéramos: Catherine Jorge Sergio Bea Alvaro Clara Hugo Roser Lucrecia, Lucía, incluso a Samuel y a la ñuñu por su colaboración en la fiesta sorpresa!! Un beso a Sergio y a David Paracuellos que nos dejan este año :( Un dia os dedicaremos una parrafada en el blog! Besos!



    Commentaire de jeslana (28/06/2007 23:46) :

    houin!!!ke boniiiiiiito...!!!!!!!! te quiero chiki,no cambies nuncasigue igual de malota en frances tomando apuntes(lo siento,eske me marco mucho esoXD) pero siendo igual de buena con tu amigos. Bueno, aunke a veces estes semanas sin habla con algunos. besitos wapa





    Grand Canyon

    28/06/2007 22:20

    Grand Canyon


    Hey genteeeee he vuelto a pasarme por la web de los escritores aficionados, ai cada cosa por ahi... echadle un vistazo a esto. La foto es de Michael Nicholls, una del Gran Cañón x lo visto. Besos a todoooos

    Lo mejor de los recuerdos es lo que no recuerdas (Juan Luis Arsuaga, Al otro lado de la niebla.)

    Lentamente, la telaraña del sueño se desprendió de mi mente y pude sentir que vivía. El aire entrando por mi nariz, pausadamente. Luego, como si vinieran de muy lejos, empecé a oír los sonidos, cada vez mejor: un crujido de la estantería, una bocina desde la calle, alguien caminando en el piso de arriba. Los párpados me pesaban como si fuesen de acero, unas cortinas negras que me ocultaban el mundo. Lenta, muy lentamente fui consciente de que estaba apoyando la cabeza sobre una almohada, una almohada muy cómoda y blanda, pero la cabeza me pesaba tanto que me extrañaba que no hundiera la sábana hasta el suelo. Luego noté que tenía un cuello pegado a la cabeza, que el cuello se bifurcaba en unos hombros tan cansados que se pegaban a las sábanas y no me dejaban mover la cabeza. Debajo de los hombros había una masa plomiza que debía de ser mi cuerpo, pero lo notaba más como un estorbo que como parte de mi ser. Cansado, fruncí el ceño: tenía un ligero dolor de cabeza. Pese a que todo me pesaba como una losa, abrí los ojos poco a poco, dejando que se acostumbraran a la luz del sol. Gemí, me incorporé, y tuve una buena visión del mundo.

    Estaba en una cama de matrimonio, de sábanas blancas y suaves, en una habitación de suelo de madera oscura y paredes también blancas. Unas estanterías de madera oscura flanqueaban la cama, y una ventana blanca dejaba entrar la luz del sol. No conseguí recordar haber estado allí en mi vida, pero tuve la ligera sensación de que aquello era mío.

    Bostecé, salí de la cama, y salí de la habitación. La casa que recorrí estaba elegantemente decorada, y sólo tenía una planta. Me gustó, y volví a tener la impresión de que aquello me pertenecía, aunque no sabía si vivía allí. En lo que parecía el recibidor, me paré ante una vitrina.

    Estaba llena de libros, gordos, flacos, antiguos, nuevos. Pero aparte de libros vi varias fotografías, y éstas me intrigaron. No recordaba haberlas visto jamás.

    En una vi a un hombre, alto, de abundante cabello castaño, y ojos claros, en una mesa con otros hombres, imaginé unos amigos. Tenía una sonrisa que irradiaba felicidad, y sus amigos también sonreían con sonrisas de cartón. Debía de ser una fiesta, pero la foto estaba centrada en el hombre.

    En otra vi a un niño, posando con un balón de fútbol. No tendría más de ocho años, llevaba pantalón corto, y lucía una sonrisa de satisfacción en su cara infantil que me hizo sonreír. Era rubio, con ojos claros, y de fondo se veía un jardín.

    La siguiente foto era del hombre de antes y de una mujer muy hermosa, rubia y de profundos ojos negros. Tenía una nariz afilada, labios enigmáticos y las pestañas muy gruesas. El hombre le pasaba un brazo por los hombros, y sonreía levemente. Ella mostraba una sonrisa instantánea, de esas que se esbozan como se van, y que son fugaces como un parpadeo. Estaban en un barco, y se veía el mar de fondo.

    Por fin, entre otras, la que más llamó mi atención fue otra foto de esa mujer, pero en aquella salía aún más hermosa. Era en blanco y negro, más grande que las otras. Llevaba el pelo suelto, y le caía hasta el pecho como largas serpientes flácidas. Lucía un traje de noche negro, y se sentaba en una silla, mirando al fotógrafo sin una sonrisa pero con unos ojos muy abiertos y muy oscuros, dos espirales negras que confundían. Estaba preciosa. Me pregunté quién sería, dónde estaría, cuál sería su nombre.

    Llegué a la cocina, donde para mi sorpresa vi varios dibujos pegados en la nevera. ¿Cuándo había dejado yo que alguien pegara algo en mi nevera? Supe perfectamente donde estaba el café, dónde estaban los vasos... como si hubiera nacido haciéndome el desayuno. Pero por mucho que le diera vueltas, no sabía quién había dejado aquellos dibujos de futbolistas y de gatos y perros.

    Me giré hacia la ventana y me apoyé en la encimera, mirando la luz del sol entrar. Era un día estupendo, aunque estaba un poco confundido. Sabía, por alguna extraña razón, que aquella casa era mía, pero no recordaba haber vivido allí. Dejé de mirar la ventana y me giré.

    La taza cayó al suelo, desgarrándose en mil pedazos y vomitando café por las baldosas.

    El horno era de espejo, y pude ver al hombre de las fotos reflejado.

    Detrás de mí, sólo estaba la encimera.

    Yo era el hombre de las fotos.

    Registré la casa, y encontré más fotografías: yo con aquella mujer, yo con aquel niño, ella con el niño, los tres. Los veía crecer, nos veía crecer a través de las fotografías. Cogí un album antiguo y lo miré. La mayoría de las fotos eran mías, mías con hombres y mujeres que no conocía, y al final del álbum aquella mujer aparecía, pero no estaba conmigo. Estaba entre más gente que yo no conocía. Parecía un cumpleaños.

    Miré otro. Con cada vez más frecuencia, aquella mujer y yo salíamos juntos. ¡Ni siquiera la conocía! No lograba recordar nada antes de esta mañana. Encontré una imagen con aquella chica y yo en un banco de un parque, sonriendo. Era verano, y la foto estaba bañada en la luz verde y dorada que dan los árboles. Abajo, una frase rezaba: Cristóbal y Ángela. Asturias, julio del XX. ¿Asturias? ¿Ángela?

    Me paré un momento porque no recordaba mi nombre.

    ¿Me llamo Cristóbal?

    Era lo que ponía en la foto. Pero yo no recordaba nada.

    Ahora, por lo visto, me llamaba Cristóbal.

    Pasé página y me sorprendí al verme embutido en un traje negro que me favorecía bastante. Pero Ángela iba preciosa: llevaba un vestido blanco, muy sencillo, pero que la hacía muy hermosa. Supe que era nuestra boda. No, no era nuestra boda: era la boda de Ángela y Cristóbal.

    Pasé varias fotos, en sepia, en blanco en negro, o en color. Una fiesta muy sencilla, con poca gente, entre los que reconocí a varios de las otras fotos. Era muy extraño no recordar nada de aquello, y sin embargo aquellas fotos estaban allí, testigos mudos de que una vez me llamé Cristóbal y me casé con Ángela. Sin embargo, no sentía la menor emoción al ver aquellas fotos; era como si fuera... la vida de otra persona. Pese a que mi imagen estaba allí, como una prueba irrefutable de que había vivido un momento que no recordaba.

    Pasaron fotos. Un viaje espectacular a Venecia - sobra decir que apenas recordaba qué era Venecia - y la mayoría de fotos eran de Ángela, sola, posando al lado de no importaba qué, porque todo se borraba cuando estaba ella. Pese a que no la conocía de nada - bueno, sí, se supone que me había casado con ella- me gustó, me pareció una mujer muy hermosa, me gustaba verla sonreír. Pero no sentía el menor vínculo con ella. Si me hubieran dicho que era la esposa de otra persona, me hubiera parecido más plausible que si me hubieran dicho que era mi mujer.

    Tres años de fotografías pasaron. Un día pillé una página llena de pequeños carteles negros y blancos: ecografías. Ángela estaba embarazada. Seguí el crecimiento del bebé, y del vientre de Ángela, hasta que un día salimos los dos en una fotografía con un bebé en brazos. Lo miré, extrañado. En la foto, yo tenía la mayor sonrisa del mundo, y los ojos de Ángela brillaban. No pude volver a esbozar esa sonrisa. El nacimiento de ese niño me era ajeno. Como si lo estuviera viendo en el telediario. No me reconocía allí. La siguiente foto era la del niño durmiendo en una cuna, y debajo unas letras cantaban: Samuel, 17 días.

    Infinitas fotos de Samuel. Cómo son los padres primerizos... Samuel 1 mes. Samuel 8 meses. Samuel 15 meses. Samuel 3 años. Samuel 6 años. Samuel comiendo, Samuel jugando a fútbol, Samuel durmiendo, Samuel sonriendo, Samuel en la bañera. Samuel y Ángela por todas partes. Samuel, Ángela y yo frente a una fuente. La Santísima Trinidad, no pude evitar pensar.

    Cerré el álbum de fotos con un furioso golpe. ¿Por qué no recordaba nada? ¡Nada de aquello parecía haber ocurrido! Pero, si no había ocurrido, ¿de qué eran esas fotos?

    Di unos pasos furiosos y volví al recibidor, abrí la vitrina y contemplé la foto en blanco y negro de Ángela. Ahora su mirada parecía triste, como si fuera a llorar porque yo no la recordaba.

    -¡No sé quién eres! ¡No te conozco! le grité a la fotografía.

    Y sí que me pareció que iba a llorar.

    Furioso, me giré, sin poder aguantar aquellas dos espirales negras, y vi un teléfono con una agenda al lado. Tal vez sí recordase a alguien de la agenda, pero pasaba nombres y ningún nombre me era familiar. De repente, caí sobre Samuel. ¿Aquel niño vivía en una casa aparte o qué? De repente, tuve una ligera reminiscencia, y volví al comedor. Abrí el recopilatorio y busqué.

    Una foto entre las demás mostraba al hijo de Cristóbal en los brazos de un hombre que ya había salido con frecuencia en las fotos anteriores. Debajo, leí: Los dos Samuel.

    Lógico: Cristóbal había llamado a su hijo como el que sin duda era su mejor amigo.

    Me precipité sobre el teléfono y marqué. No conocía de nada a aquel Samuel, o no recordaba haberlo hecho, y tal vez él supiera decirme quién era Cristóbal, quién era yo.

    Enseguida lo cogieron.

    -¿Dígame?, respondió una voz de hombre. De fondo, muy bajito, se oía la tele y ruido de vasos y cubiertos entrechocándose.

    -¿Es Samuel?, pregunté con lo que intentaba fuera una voz neutra.

    -¿Cristóbal? ¿Estás mejor?

    -Bueno...-¿qué responder? ¿Hola, he perdido la memoria?-Tampoco estoy peor.

    -Tío, menos mal. Estaba pensando en ir para allá, a hacerte algo de compañía.

    -A lo mejor- si venía, podría explicarme qué era todo aquello-...sí, mejor ven.

    -¿Lo llevas bien?

    -¿El qué?

    Samuel bajó la voz.

    -Pues... ya sabes, lo de Ángela.

    -¿Perdón?

    -¡Olvidas rápido!... pues, lo de Ángela y Samuel.

    -...sí, olvido muy rápido...

    -Imposible. No me creo que hayas olvidado el accidente así como así.

    ¿El accidente? ¿Qué accidente?

    -¿Qué accidente?

    -Mira, mejor olvídalo. No seré yo quien te lo recuerde.

    -No, habla.

    -¿Te pasa algo, Cristóbal?

    -Habla. - ahora mi voz sonaba furiosa. Samuel esperó unos instantes.

    -Mira, es que ayer cuando salimos del funeral estabas bastante... rarito, si me lo permites. No te cabrees. Te entiendo. Ha debido de ser un golpe muy duro, y me alegro de que lo hayas olvidado. Por cierto, llámame paranoico si quieres, pero al dejarte, cuando cerraste la puerta, me pareció oír otro ruido raro. ¿Pasaba algo, o era yo que tampoco estaba muy bien?

    Yo era una estatua de hielo. ¿Funeral?

    ¿Ángela y Samuel estaban muertos?

    -No me extrañaría estar un poco tocado, sabes, a mí también me ha dolido muchísimo. Tal vez tenga que ver con que Samuel está muerto. No digo que no estuviera también triste por Ángela, pero qué quieres que haga... alguien que lleva mi nombre ha muerto, es como si hubiera muerto una parte de mí.

    Ya estaba claro. Ángela y Samuel habían muerto en un accidente. Mi corazón dejó de latir, el estupor se pintó en mi cara.

    -Pero sabes, continuó Samuel, te admiro, tío. Ayer lo soportaste todo, te portaste como un héroe. Incluso cuando Vero se puso a llorar. Muchas gracias por consolarla; yo no podía ni moverme. Lo llevaste todo con un valor increíble, tío. Ojalá fuera como tú.

    Colgué sin despedirme. ¿Muertos? Me giré hacia la vitrina y vi a Ángela observándome sin vida, muerta, fosilizada en aquel papel gris para siempre.

    -¿Te amaba mucho?, le pregunté. Ella, muda, asintió sin moverse.

    Caí al suelo, sin poder creerlo. Me había despertado tranquilo aquella mañana, sin recordar absolutamente nada, y me encontraba con que había estado casado, había tenido un montón de amigos, y había tenido un hijo. Y en un accidente, los había perdido.

    Una pequeña neurona en mi cabeza recordó entonces que Samuel había mencionado que hubo un ruido raro en casa cuando cerré la puerta, e inconscientemente, giré la cabeza hacia la puerta de entrada.

    Al mismo nivel que estaba yo ahora, una estrella de sangre decoraba la puerta.

    Me acerqué. La sangre no era muy antigua, probablemente no llevaba allí más de un día.

    Un día...

    Corrí al espejo del cuarto de baño y bajé la cabeza.

    Allí, sobre mi pelo, descansaba otra herida, bastante profunda. Al acercar los dedos a ella, la cabeza me estalló en una explosión ciega. Caí al suelo de puro dolor.

    Sobre el suelo del vestíbulo vi unas ligeras gotas de sangre, y las seguí. Me llevaron al dormitorio, donde, sobre mi almohada, vi más sangre. ¿Cómo no la había visto aquella mañana?

    Cristóbal había fingido fuerza en el funeral, pero al llegar a casa se había derrumbado. Había caído al suelo, impotente, pidiendo la muerte, y de pura desesperación se había golpeado la cabeza con la puerta. El golpe fue tan fuerte que perdió la memoria. ¿Cómo había llegado hasta el dormitorio? Sin duda, despertó a las pocas horas y se fue a su cama sin saber si vivía en la realidad o en un sueño.

    Ahora yo era los restos de Cristóbal, renacido del dolor, en una vida en la que no recordaba nada.

    Me costó hacerme a la idea de que yo había sido otra persona que no fue yo, pero luego lo pensé mejor. Tenía la oportunidad de volver a vivir, sin el dolor de la pérdida de Ángela y Samuel persiguiéndome. ¿Qué debía hacer? ¿Recuperar la antigua vida de Cristóbal, o vivir la mía?

    Me vestí, llené una maleta con la ropa de Cristóbal, cogí todo el dinero que tenía y llaves de la casa. Al salir, las arrojé sobre el felpudo. No pensaba volver jamás.

    Me escapé a la estación, y una vez allí pregunté cuál era el primer tren que salía de allí. Resultó ser uno muy largo, de muchas paradas, pero cogí un billete y subí casi en el último momento.

    Bajé en la última parada, una ciudad que no era la mía, una provincia que no era la mía, y en un país que no era el mío. Mentira, no eran la ciudad, ni la provincia ni el país de Cristóbal, pero ahora sí iban a ser los míos.

    Visité la ciudad durante tres días hasta que se impuso buscar un trabajo, y empecé a trabajar de cocinero en un restaurante, cosa que descubrí, me gustaba bastante. Me enrolaron al mismo tiempo que otro hombre, con el que hice amistad enseguida.

    -¿Cómo te llamas?, le pregunté.

    -Samuel, me dijo. ¿Y tú?

    Sentí el impulso de echarme a reír. ¡La vida de Cristóbal me perseguía!

    -Ángel, dije estrechándole la mano.

    Y al principio Samuel fue mi único amigo. Luego me fue presentando a otros, y acabé teniendo otro grupo de amigos como el que había tenido antes. Con la nueva vida, se impuso volver a hacerse papeles, otra hipoteca para otra casa... Pero era feliz, porque tenía amigos que me hacían fácil la nueva vida.

    Como no recordaba cuándo era mi cumpleaños, decidí que sería el día que conocí a mi amigo Samuel, que decidí, era también el verdadero día en que mi nueva vida había empezado. Se sorprendió al saberlo, pero el que se sorprendió de verdad fui yo el día que llegué a casa y me encontré con un montón de gente esperándome, con Samuel y mis amigos a la cabeza, y que me recibieron con un atronador ¡Feliz Cumpleaños! que hizo temblar las paredes de la casa.

    En medio de la fiesta, envueltos en un ruido atronador, Verónica, la novia de Samuel, me dijo:

    -Como éramos muy pocos, por rellenar, hemos invitado a más amigos. Espero que no te importe. ¡Así conoces más gente, forastero!

    Me seguían llamando forastero pese a mis cinco años en aquella ciudad.

    Más tarde, aquella misma amiga se trajo a dos chicas.

    -Éste es el cumpleañero. Ángel, Inés, Inés, Ángel. Ángel, Cristina, Cristina, Ángel.

    Me quedé de piedra al ver a Cristina, porque ya la había visto antes. Era Ángela. Ángela reencarnada, Ángela revivida, su vivo retrato. Dicen que todos tenemos nuestros dobles en alguna parte, aunque no los conozcamos, pero yo llegué a ver a las dos Ángelas, o las dos Cristinas, depende de cómo se mirase. Cristina me sonrió, y reconocí aquella foto en la que Cristóbal y su mujer me sonreían desde un barco. Les estreché la mano a las dos.

    Sobra decir que me casé con ella años después.

    Un hombre llega a su casa, respirando muy hondo. Agita la mano, como despidiéndose de alguien. Lleva un traje completamente negro, y en su cara se pinta el paso del tiempo. Nada más cerrar la puerta, toda su fortaleza se derrumba como si sólo el portazo hubiera desencadena una avalancha. Se tira al suelo, sollozando, gritando, golpeando el suelo, llorando como un condenado. Grita dos nombres, el de una mujer y un niño. Su cara se hunde, mientras llora, o ríe, y da un atronador puñetazo a la puerta. Está buscando la muerte, y en su depresión, se da un golpe contra la puerta. Al instante, una estrella de sangre se pinta sobre la madera, y todo se vuelve blanco para el hombre. Durante unos instantes, no siente el dolor, y cae de espaldas, sobre el suelo, inconsciente.

    Horas después, sin saber si vive en la realidad o en un sueño, se levanta, se desviste, y se tumba sobre su cama. Va a dormir y luego va a empezar la misma vida por tercera vez.






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